2.24.2014

El paso



Su pie ya estaba morado, y la sangre dejó de circular. Abrió los ojos y se encontró tirada en el suelo. Sintió un cansancio que la abatía, mientras su tobillo casi dejaba de latir. Miró sus piernas y se encontró atrapada. No entendía cómo todo su cuerpo estaba de este lado de la reja, y su pie trabado en ella. ¿Cómo había pasado del otro lado entre aquellos barrotes? ¿Por qué su pie no podía salir? Algunas lágrimas distraídas le caían por la cara, y se retorcía sin más. 
Su piel blanca estaba erizada del frío, pero todavía más de la bronca. Observó su pie una vez más, y después de mil vueltas pensó que debía salir de allí de una buena vez. ¿Cuántos días, meses o años llevaba en aquella prisión? La suya era la peor condena: ser libre, pero no del todo. Solo una pequeña parte de ella seguía ahí atrapada. “La respuesta que te lleva a tu completa libertad existe. Está en vos saber encontrarla” le había dicho la señora que se iba cuando ella llegó. Sin embargo, a la par de primaveras, veranos e inviernos, ella había perdido la noción del tiempo y sólo pensaba en sus ojos. En su sonrisa. En todo eso que ya no era, ni iba a ser. Y entonces lo entendió: la mantenía atrapada su propia amargura de saber que ya no podría ser, que las variables habían cambiado y que ella quería ser libre, pero eso significaba la valentía de renunciar a todo en lo que creyó. Inconscientemente uno siempre sigue creyendo en aquello en lo que ya dejó de creer, ¿no? 
Sonrío llorando. Se mordió fuerte los labios y gritó. Sacó todo. Escupió el alma y se dejó ser. Su pie dejó de estar violeta como las uvas, salió de esa reja y se permitió caminar hacia un futuro que prometía un lugar mejor. Será cuestión de soltar, de entender que dejar un pie adentro “por si las dudas” es la peor decisión a tomar…



Agus Terrizzano
Febrero 2014
 

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