9.28.2011

Paraíso profugo.

¿Qué pasa cuando te volvés a equivocar, cuando el insonmio te invade y tu cabeza merece explotar? El tiempo se desvanece en sus manos, y sin embargo las agujas del reloj no avanzan; magníficas contradicciones para quién busca ya dejar de pensar, ansioso por encontrar una solución. ¿Cómo sería sentir que esa sensación plena, a la que algunos suelen llamar amor, puede durar? Rasguñaba su mente en busca de una respuesta, y únicamente encontraba un vacío existencial, de esos que nos secan hasta las lágrimas y nos dejan sin voz. Miraba a sus costados, prendía y apagaba la luz, daba una vuelta por la habitación, se volvía a acostar. Se miraba al espejo, fiel y cruel testigo de su triste realidad; no sentía que pudiese haber salida. Abría la ventana una, mil y una vez más, sólo por si a ella se le antojara pasar por allí. La única cosa clara entre tanta confusión era su creciente necesidad de verla una vez más, tan sólo un minuto más para que su resplandeciente sonrisa cegara sus ojos y así, poder proveerse de ese efecto paradisiaco que lo alejaba de todo mal. En medio de su indisimulable ilusión, nunca faltaba ese momento en que descubría que nada de eso volvería a pasar; sus perfectos labios y, más aún, su indescriptible sabor ya estaban a kilómetros de allí. Probaban nuevas aventuras, jugaban a volar cabezas por las rutas, recorrían pueblos, casas, sábanas... que no presentaban el más mínimo riesgo de repetirse alguna vez.


Agus Terrizzano

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