3.18.2012

No hay título que valga: la vida misma.


Manejaba por la ciudad y, mientras la vida pasaba, yo no me podía mover. Frenaba en los semáforos y veía cómo mis Sábados a la noche solían ser. No paraba de pensar en lo que había pasado y lo que estaba por venir, cada momento que estaba viendo llegar.
En la radio sonaba esa canción, la que desde su primer estrofa hasta el último verso sabe contar lo que mi corazón no entiende como explicar, esa que solíamos cantar. En mi mente miles de palabras rebotaban una y otra vez; las escuchaba con desesperación y las quería lejos como esas luces de la ciudad que iba dejando atrás y veía alejarse en el espejo retrovisor.
Nunca me imaginé en esa situación. Jamás pensé encontrarme manejando y a punto de llorar; mi yo orgulloso no me lo permitía pero ahora cada célula de mi cuerpo me pedía a gritos que me deje llevar. Te estaba extrañando, así como hacia mucho no extrañaba a nadie. Necesitaba tenerte en el asiento del acompañante, con esa sonrisa enorme que suele iluminar tu cara en esa boca enorme - que me vuelve completamente loca - y, sobre todas las cosas, necesitaba verte poniendo play y subiéndole el volumen al estéreo, deseaba que nuestras voces sean una. Escucharte cantar.


Yo tuve el mundo a mis pies,
y no era nada sin tí.


Agus Terrizzano.
Marzo 2012

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