3.02.2013

Primeras Veces

"Nunca vi un atardecer", me dijo un día así como si nada. Presa del impacto, jamás lo olvidé. Pasaron muchos años de semejante confesión. Pero un día de esos celestes por excelencia, como si la vida lo hubiese pautado, nos chocamos en aquella esquina. Le sonreí, un abrazo y esa danza que uno hace cuando se encuentra a alguien se continuaron como en efecto dominó.
De repente, me invadió aquella frase en el recuerdo. "No vivo más con mis viejos, me mudé sola. Es acá a la vuelta, y si no tenés apuro podríamos tomarnos una birra... ponernos al día", le dije. Creo que fue mi convicción en al hablar lo que lo tomó por sorpresa y lo llevó a aceptar. Subimos hasta que la pantalla del ascensor marcó "14", mientras él me recordaba mi incesante promesa de nunca vivir en un edificio. 
Después de un par de cervezas bien heladas, aquel impulso de la calle siguió su curso. "Está oscureciendo, y en realidad desde que vivo acá vengo pensando que algún día iba a tener que mostrarte esto". Desconcertado, me siguió escaleras arriba. Mis palabras siguieron escapándose de mi boca. "Es el mejor lugar para estar a esta hora. Todo Buenos Aaires tan chiquita, y uno en vez de enorme se siente más ínfimo aún. Mirá la forma en que los últimos rayos del sol iluminan las vías. Señalando directo al oeste, como perdiéndose en él..." Casi susurrando, se confesó una vez más. "Es la primera vez que veo un atardecer, y siempre supe que iba a ser con vos". Entre aquel destello de las vías y el sol, se fundieron en un abrazo. El primer crepúsculo de quién sabe cuántos.

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