5.19.2012

Gris nostalgia

Aquella sensación, que me invadió al cruzar la puerta principal y toparme con ese día gris, trajo a mi memoria gran cantidad de mañanas ya dejadas atrás. Aquellas en las que el micro - casi alcanzando los 80 km - era el escenario donde mis ojos veían pasar por la ventana nubes sin más. Sabía que me dirigía a esos bosques de mi felicidad, pero algo en el cielo no me permitía sonreír. Eran esos días cargados de ese no sé qué, pesados de tanta nostalgia que empañaba mis ojos y me quitaba las energías de que me habían movilizado hasta allí. Nunca pude terminar de entender que sería lo que llenaba esas horas de pesadez, de esa que te hace pensar más de lo normal hasta tirar los guantes y pedirle tregua a la memoria. Quizá fuese la magia de aquel predio, el olor a eucalipto mojado por la lluvia o la cantidad de sensaciones que desde el aire se transmitían a cada centímetro de mi cuerpo.
Hacía frío y era otoño. Lejos estaba de aquella rutina de los veranos de mi infancia, pero hoy algo me obligaba a recordar, a recorrer con mi mente cada árbol de mi más tierna inocencia y encontrarme sonriendo sin más. En mi cara se había dibujado la melancolía; mis párpados entrecerrados soñaban con teletransportarse. Como con una gomera, una puerta cerrándose me hizo bajar de aquel cielo que reclamaba por llover. Fue en ese momento, cuando me di cuenta que me encontraba entre cuatro paredes y frente a un pizarrón: el tiempo había pasado. Fui entonces consciente de donde estaba parada, de cual era el punto de la línea del tiempo que había alcanzado; qué era lo que ya no tenía, qué era lo que me había quedado y qué era todo eso que nunca imaginé todavía iba a tener: su compañía llena de niñez cada vez que el destino nos volvía a encontrar.




Agus Terrizzano
Mayo 2012

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