5.10.2012

Cuántas lunas que se van


Aquel rayo irrumpió la oscuridad que cubría sus ojos, apagando sus sueños. Luego de un par de vueltas sobre la almohada y de probar diversas posiciones, la encontró. Aquella luna, que hacía algún tiempo había tomado la costumbre de espiar a través de la persiana y los seguía casi como a su novela preferida, se encontraba una vez más allí; regordeta como nunca. Ella conocía todo rincón y cómo ellos lo utilizaban en sus estratégicos movimientos: tenía grabada su confusión y cada sonrisa. Aquel satélite era cómplice y reflejo de ese nudo de emociones que iban y venían cuando sus ojos se abrazaban, sin parar un segundo de discutir, de gritarse cosas, de brillar; era tan inmenso como el cariño que se tenían. En ese punto era en el que no cabía alguna duda: se querían.

Sin embargo, no era tiempo del eclipse. Así como la Tierra y el Sol, se atraían sin más razones que las que algún científico loco quiso dar alguna vez, pero hoy no era el momento de alinearse, acompañarse;  ser tan sólo uno a la vista de todos los demás. Si bien era difícil aceptar ese destiempo, sabían que la Luna jamás los dejaría de acompañar. Ahí estaba, iluminando cada recoveco de su soledad, pero recordándole que no estaba sola: en su resplandor podía ver aquella pícara sonrisa iluminándola.  


Agus Terrizzano
Abril 2012

" `Si dejamos los días correr, algunos años quizás, 
verás que todo será mejor`, me decías y tenías razón."

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