Aquel
rayo irrumpió la oscuridad que cubría sus ojos, apagando sus sueños. Luego de
un par de vueltas sobre la almohada y de probar diversas posiciones, la
encontró. Aquella luna, que hacía algún tiempo había tomado la costumbre de
espiar a través de la persiana y los seguía casi como a su novela preferida, se
encontraba una vez más allí; regordeta como nunca. Ella conocía todo rincón
y cómo ellos lo utilizaban en sus estratégicos movimientos: tenía grabada su
confusión y cada sonrisa. Aquel satélite era cómplice y reflejo de ese nudo de
emociones que iban y venían cuando sus ojos se abrazaban, sin parar un segundo
de discutir, de gritarse cosas, de brillar; era tan inmenso como el cariño que
se tenían. En ese punto era en el que no cabía alguna duda: se querían.
Sin
embargo, no era tiempo del eclipse. Así como la Tierra y el Sol, se atraían sin
más razones que las que algún científico loco quiso dar alguna vez, pero hoy no
era el momento de alinearse, acompañarse; ser tan sólo uno a la vista de todos los
demás. Si bien era difícil aceptar ese destiempo, sabían que la Luna jamás los
dejaría de acompañar. Ahí estaba, iluminando cada recoveco de su soledad, pero
recordándole que no estaba sola: en su resplandor podía ver aquella pícara sonrisa
iluminándola.
Agus Terrizzano
Abril 2012
" `Si dejamos los días correr, algunos años quizás,
verás que todo será mejor`, me decías y tenías razón."
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