Última estación...

Hola, ¿qué tal? ¿Qué hacés de vuelta acá? ¿Que necesitabas verme? ¿Que querías saber como estoy? Sinceramente no pensé volverte a encontrar. Parecías tan seguro aquel día en la estación cuando te dejé ir. Tenía entendido que ya no tenía nada que darte , que por aquellos pagos habías encontrado tu felicidad. No sé, creía estar segura de que te sentías completo. Nada para ofrecerte tenía, nada mejor que lo que del otro lado ya agarrabas fuerte entre tus manos. Te fuiste, un día me lo diste a entender, y te fuiste. ¿Cómo? ¿Que querías verificar que no te hubiera olvidado? No puedo prometerse eso, ¿sabés? ¡No podés pretender eso! Seguro te diste cuenta, los kilómetros que tuviste que recorrer para encontrarme otra vez fueron más que los que corriste al huir. Me moví, ya no estoy en aquél andén. Ya supe pararme y dejar ese banco desolado en el que me senté cuando te dejé ir. Dejé atrás aquel piso que inundé en lágrimas y que reflejó tantos días seguidos mis ojos tristes. Ya no estoy más allí. ¿Que no lo podés creer? Soy yo la que todavía está sorprendida de haber logrado escapar. Mis pies no querían moverse, ¿sabés? Me pesaba el cuerpo y algún tipo de energía extraña me mantenía anclada ahí. Mis manos  agarraban fuerte los barrotes del banco, como queriéndome convencer que espere un minuto más, que podía ser el próximo tren. Miles y miles de caras, pero nunca te bajabas vos.

¿Qué si todavía te sueño? No lo sé, quizás sí, quizás no. Por lo pronto, no lo recuerdo, no como antes donde mi subconsciente era el lugar perfecto para encontrar tus brazos. Pero no, creo que casi que olvidé el tono de tu voz. Tus ojos se cerraron en mi mente, ya no percibo en mis labios el modo en que los tuyos se movían sobre ellos, ni sé a la perfección la secuencia de movimientos con los que me dejabas sin aliento esas noches que jugábamos a querernos. Es un desafío el constante conflicto interno entre no querer recordarte, pero llenarme de angustia cuando me doy cuenta que te voy olvidando. No, basta, no quiero volver a ese banco. ¿Para seguir mirando el suelo mientras veo como mi reflejo se va cayendo a pedazos? No seas loco, sabés que no vas a venir por mí. Acá estoy bien, caminando. Como puedo, pero caminando. Dejándote todos los días un poquito más atrás. Sí, ya sabés como es mi método: sonreír. Sostengo que ya alguien se va a enamorar de mi sonrisa. Ilusa ilusión quizás, pero firme.

¿Que por qué tengo el pelo así? No sé. Bah, en realidad sí. Un día me levanté sabiendo que lo que necesitaba era un cambio. Como si radicalizando algún rasgo de mi dejara atrás a aquella yo que alguna vez se enamoró de vos. De a pasitos voy re-compaginándome y abro la puerta que tu sonrisa me obligó a cerrar.

Aunque, ¿para qué te voy a mentir? Algunos días el viento me trae tu perfume, como un flash te aparecés frente a mis ojos, algún rayito de esperanza me ilumina y siento unas ganas irrevertibles de volver un rato al andén, por si de casualidad se te ocurre aparecer. Pero al instante pongo los pies en la tierra, ¿en qué tipo de fantasía estoy? Deben ser las ganas de conocer todo eso que no fue. No, no me quieras convencer, no fue. Tampoco va a ser. Andate, ¡por favor! No me lo hagas más difícil. Ya que estás, llevate esa canción, estas cartas y no vuelvas porque mi camino va para otro lugar. Ah, una última cosa: no me dejés atras. No me olvides. Uno nunca sabe qué pueda pasar.

Agus Terrizzano

Mayo 2013