12.15.2010

Gracias, de corazón.


Como para no irme con las manos vacías. Más allá de lo que me pueden dar a mí, acá lo que vale es lo que dieron ustedes: esas personas que me dieron la vida, lo mejor de mi vida. Ustedes, que después de once, están fuera. Que después de confiar la educación y, en parte, crianza de sus hijos a la gente que convive entre esas paredes enormes y llenas de laberintos, terminan. Cierran una etapa, como yo. Dejamos este, nuestro lugar. Dejamos el que pasó a ser nuestra segunda casa, porque Terrizzano no era un apellido más en sus pasillos... dejamos, pero no de forma sencilla y sin hacernos recordar. Dejamos el lugar que se hizo tedioso para alguno de nosotros y que crió sueños para otros, o quizás para mi sola, ja. Dejamos el lugar que, sea como sea, no deja de traernos imágenes a la mente cada vez que lo pisamos, el lugar donde tenemos nuestro rincón, nuestro nombre grabado en alguna pared, donde crecí, donde crecieron, donde crecimos; como hijos, como hermanos, como padres, como familia. Gracias, una vez más, por compartir esto conmigo, por llegar hasta acá, por remarla...que aunque las cosas puedan ir mal ustedes siempre van a estar con la sonrisa necesaria para hacerme sentir feliz, y que realmente tengo un razón por la cuál estar viva. Gracias al Dámaso por los mejores recuerdos que nadie me pueda dar, gracias por el reconocimiento a mis viejos, gracias por hacerme sentir orgullosa de ser parte de este Instituto. Gracias por hacer que, probablemente, la última vez que vea arriar una bandera en ese patio ( y no sé si en toda mi vida, por lo menos en caracter de no tía, madre, etc.) haya sido por mi papá, esa luz que no deja nunca de guiar mi vida; el que me hace amarlo y morir de ternura cada vez que se acerca y me pregunta como me fue en tal o cual cosa. Gracias, muchas gracias, por darme todas las herramientas para empezar con todo esto que se viene, que como dijo la profe Weibel, da miedo porque no sabemos que es... pero saben qué? No importa, porque sé que no estoy sola. Claro está que en esto no sólo está mi preciado colegio, mamá y papá... están ellos; mis hermanos. Ellos, las personas que conforman la escalera de mi vida para hacerme subir hasta el punto cúlmine de la felicidad cada vez que los veo sonreír. Ellos, que me iluminan el alma, que junto a sus hijos hacen que mi corazón baile de felicidad cuando los veo, cuando me abrazan, cuando me hacen sentir chiquita aunque ya sea "grande." Ellos, que se la darán de fríos pero se enternecen cuando me ven crecer, que me abrazan fuerte y me protegen de todo. Ellos que sea como sea, siempre van a ser mis segundos padres, los que pase lo que pase me hagan sentir una nena que, en su pecera de cristal, es feliz por tenerlos a su lado, por no sentirse atacada, ni grande, ni atemorizada; porque ellos están. Y, últimos pero no menos importantes, mis amigos. Y no hablo de esos con los que comparto (bah, compartía) todas las mañanas, porque ellos son caso aparte y saben perfectamente como es la cosa y lo mucho que significan para mí; hablo de esos que la vida me regaló, que llegaron desde algún lugar cuál ángeles para darme, simplemente, un poquito más de ganas de seguir adelante en esta montaña que a veces te deja sin aire. Ellos que, en parte, elijo como más hermanos, no sea cosa que tenga pocos. Gracias por permitirme girar la cabeza y verlos ahí, en un momento importante y del que nunca me voy a olvidar. En serio, es un lujo saber que dejaron sus rutinas, cosas que tenían que hacer, o simplemente sus siestas ( y eso cuesta) por ir un rato a acompañarme, son lo mejor. A veces me sorprende la calidad de gente que me rodea, hasta llego a pensar si realmente me mereceré tener personas como ustedes a mi lado. Los quiero con todo mi corazón, y les puedo jurar que estoy eternamente agradecida, no sólo por haberlos tenido a mi lado hoy que fue un día más que importante para mí; sino por tenerlos en mi vida, y que me regalen su sonrisa y apoyo día a día, que es lo mejor que una persona puede recibir, amor.

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