
Gritando, con una emoción digna de romper la concentración que me había llevado horas alcanzar, asomó su cabeza desde la puerta del patio; los ojos le brillaban casi tanto como el reflejo de esa imagen inmensa que buscaba transmitirme mientras me decía "Vení, vení a ver la Luna". Sin dudarlo un segundo, salí al encuentro del telescopio que un rato antes había acomodado con tanto cuidado en ese lugar. El satélite no dejaba rincón sin iluminar y, sobre todo, desenmascaraba la expresión de fascinación que su cara me regalaba.
Así fue como comprendí que no necesitaba aprobar todos esos exámenes que agobiaban mi cabeza hacía días, con esa sonrisa de oreja a oreja y su forma de contagiarme tranquilidad; podía ser feliz.
Agus Terrizzano.
De como papá me hace subir desesperada las escaleras para ver la Luna.
Conociendo el mundo, conociendo su mundo... mi mundo.
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