4.17.2012

Congelando el tiempo.


Solían escribirse cartas, era su forma de hacerse sentir. Esto - como se podría pensar - no indica que estuviesen a la distancia, o por lo menos no físicamente. Sus palabras actuaban como sogas y, a cada paso en falso, sentían que algo los tiraba para atrás, no los dejaba respirar. El miedo a pisar en falso los congelaba y sus miradas decían mucho más. Elegían el silencio.
Sin embargo, cada día un sobre pasaba por debajo de sus puertas. No tenían remitente, tampoco destinatario. Ni siquiera eran cartas, sino que simples papeles garabateados contando alguna que otra historia. El relato no tenía personajes ni lugares, mucho menos una descripción; todo se resumía en emociones. Hojas y hojas llenas de palabras sueltas, cada tanto alguna metáfora y mucha confusión.
Cuando el destino los cruzaba, ninguno hablaba de lo que esas páginas relataban, pero los dos conocían cual era el rito cuando una de ellas cruzaba el umbral. Podían pasar horas releyéndolas, una y otra vez, intentando decodificar que habría detrás de todas esas palabras que no estaban ahí escritas porque sí. Los dos entendían como funcionaba el código, ese que nadie más conocía, ese que era completamente suyo. De ella y de él. Esos renglones, plagados de emociones volcadas así como así en un papel, eran su camino para contar eso que no tenían el valor de dejar fluir de sus labios. Así, de algún modo ocultándose, se decían cosas; habían encontrado la forma de quererse en el tiempo sin que nadie los pudiese interrumpir.



Agus Terrizzano.
Abril 2012.

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