4.27.2012

Sin saber para donde volar.

A veces se sorprende pensando como se equivocó, como se sigue equivocando, cuando piensa que todo puede ser mejor con la simple acción de dibujar flores en un fondo gris; colorearlo e imaginar que desaparece todo eso que le provoca malestar. Ocultarlo. Borrarlo de su mente y luego, recordar que no por eso deja de existir. Se encuentra caminando sobre  nubes que poco saben de mantenerse en pie, pretendiendo que todo es como ella quiere y, aún peor, creyendo que puede desbaratarle la vida así como así. Hacerlo ahora y no ayer porque recién hoy se le ocurrió y quien sabe mañana que va a pasar.

Desea girar su mundo y que todo termine en su persona, borrar dificultades, olvidar pequeñas heridas y volver a empezar; como si en aquel camino que los separó alguna vez no hubiese pasado nada, como si todo fuese igual a ese día donde decidió que sus vidas se bifurcaran. Ese día que ahora ve tan lejano, con tanto agua de por medio, que mataría por volver a vivir para no separarlo de su pecho como lo hizo y anirmarse a más.

Quiere volver a la orilla de ese río y de alguna forma gritarle que la haga reaccionar, que necesita un impulso que la saque de la duda, que él era quien se estaba convirtiendo en su refugio y le aterrorizaba aceptarlo; decirse a si misma que quizás estaba volviendo a querer. Necesita que la agarre fuerte y la empuje al abismo, que le abra los ojos, pero eso es todo lo que no le dejo ver a él. Mete su alma en un cajón y dibuja una figura al azar que distraiga sus movimientos: no quiere que vea todo lo que le está pasando mientras dice algo y siente lo contrario. Tiene miedo.

Vuelve sobre sus pensamientos, reconstruye cada oportunidad que le dejó pasar, cada momento que lo pensó y se lo guardó; cada mes que olvidó por completo tu existencia, cada abrazo que le hizo recordar que finalmente él siempre estaba ahí. Vuelve sobre sus actos, esos sin control. Vuelve a volver sobre sus emociones, esas que en vez de embarcarse en un sólo camino salen disparadas hacia todos lados con terror, las que salieron del cajón para parase en una vitrina y gritar "acá estamos, llegamos tarde, perdón". Esas que no hacen otra cosa que salirse de su pecho, volviéndola transparente al mundo: dejando en descubierto cada gesto que su universo tiene, inmune a lo que él quiera hacer de ellas.

Ya no tiene decisión propia como aquella vez del río. Hoy reclama por control, ese que no está en sus manos. Y acá está, sin saber muy bien que esperar... sin siquiera saber si eso es lo que quiere hacer, aunque tenga más que claro que vale la pena; que él lo vale, que es todo eso que siempre quizo y tal vez mucho más. ¿Para qué mentirle? Si descubrió que en una mirada puede decirle más de mil cosas. La tiene completamente decodificada y ya no se puede ocultar. Le asusta eso; no quiere que la vea tanto, dejar su alma expuesta y que eso pueda influir.

Se siente piedra en el camino. ¿Vieron esas que cuando menos las esperan vuelven a aparecer? Bueno, así. Tiene esa sensación de haberlo despojado de toda paz, pero a la vez de estarle regalando con sus acciones todo eso que considera puede hacerlo feliz porque, al fin y al cabo, eso es lo que quiere... que él sea feliz y su mundo parece girar con ese único fin. Como sea. Puede jurar que a veces escucha en lo más profundo de su alma un hilo de cordura que le dice "PARÁ" y se desespera, pone el freno de mano e intenta parar toda esta bola que sólo entiende de crecer. Congenia alguna forma de alejarse, pero no de él sino de eso que siente (es tarde, sacarlo de su vida no es un plan que pueda llevar a cabo ya); librarlo de ella y de toda carga que pueda generarle, cada centímetro de culpa que pueda existir en ambas mentes.

Busca cortar el imán y encuentra que es imposible volver atrás, a esa necesidad pero sin dependencia. Quiere regalarle la capacidad de elección (cruzando los dedos por que toque el timbre de su vida) desligándolo de todo dolor que ésta le pueda hacer sentir. Y así va, algunos días con un pie fuera de la cancha, otros casi que saca los dos y tira la camiseta a un costado: se ve a punto de asimilar que perdió. Sin embargo, dicha determinación, no le dura más de cinco minutos porque todas esas imágenes, la sensación de calma que él le regala, la sonrisa contagiosa, el recuerdo de sus manos recorriendo su piel, ese abrazo eléctrico y sin fin invaden su mente, por lo que la mayoría de sus horas transcurren en off-side y no puede evitar seguir. Es inercia. Es quererlo.

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