11.05.2012

Soltándose

Soltar. Qué sencillo suena y qué difícil es, ¿no? Ya no significa dejarlo ir, eso pasó hace tiempo. Si bien su sombra seguía durmiendo a la izquierda de su cama, del otro lado del límite del almohada, hacía tiempo que ya no estaba allí. Se había acostumbrado a vivir sin él, y mucho más sin esa energía que solía irradiar. Esa mañana de tránsito lento y calor por la avenida San Juan lo supo aceptar: lo había perdido; y en ese camino se había encontrado a sí misma. 
Soltar ya no significaba aprender a vivir sin él. Aquel paso había sabido llevarlo bien y sus días en soledad no estaban tan mal. Abrir sus dedos, y verlo resbalar poco a poco, no podía ser tan complicado. Era dar ese paso para que su vida vuelva a empezar. ¿Qué podía tener de malo darse otra oportunidad? Ya casi bajando del colectivo se dio cuenta: no era dejarlo ir a él, era correr a un costado ese gran globo mezcla de ilusiones y helio que no dejaba de flotar.
Cruzó la calle casi sin darse cuenta y continuó revelándose a sí misma cada pedacito de verdad. Debilitar su fuerza, y que su dedo menique deje de tironear aquel piolín, equivalía a pinchar ese corazón lleno de sueños que aparentemente nunca se cumplirían. Significaba aniquilar ese futuro risueño, esos miles de mates y sonrisas, ese lugar paradisiaco que soñaron visitar juntos. Era olvidarse de aquellos momentos donde pensaba que encajaba justo con su familia, de sus juegos de niño, de las cenas entre amigos. Era patear a un costado todo aquella falsa ilusión que la había arrastrado hasta ahí.
"Una promo de café con dos medialunas, por favor", y mientras esperaba miró a su alrededor toda esa gente ir y venir. ¿Que iría a ser de esos sinfín de momentos que pensaba sólo podía tener con él? No es así, convencete de que eso es una terrible falacia. Vos podés ser feliz con cualquier otro. Entendé. Entendé. No sabía bien qué cosa dentro de su pecho se lo repetía sin cesar. Claro, la respuesta estuvo siempre allí. Como quien dice esas obviedades que la boludez del amor no nos deja ver.
De pronto las fichas empezaban a encajar en ese viejo y gastado rompecabezas. Entendió que soltar ese globo era la certeza de dejarlo ir con el viento, del peligro de que se pinche, de que quizá ya nunca se vuelva a dar la posibilidad de llenarlo. Se va, y quién sabe si volverá a tener lugar. El vacío no queda en ese estado por mucho tiempo, y soltar aquellas ilusiones implicaba traer otras nuevas, que ya no le dejarían espacio. El miedo al error en tensión con el miedo a estancarse; que terminó por ser más fuerte. Se decidió y lo soltó: sería una ilusión pasajera y ninguna otra cosa.
El orgullo le golpeaba fuerte el pecho. Era la tristeza de no haber logrado lo que alguna vez se propuso lo que la invadía. Por eso no lo quería soltar. Todavía no había podido hacer todo eso que en algún sueño proyectó. Sin embargo, el corazón atado a un poste no avanza, y por más helio que tenga... siempre termina por desinflarse y caer. Por lo tanto, allí donde estaba amarrado las cosas tampoco iban bien. Era mejor salir al sol, volar, avanzar, soltar...


Agus Terrizzano
Noviembre 2012

El amor está cargado de ilusiones, y cuando hay que dejarlo irse, 
lo más dificil es darse cuenta que esa ilusión era la que te mantenía encendido: y ya no está.

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