Dobla en aquel pasaje como cada mañana. Una vez más le indica a sus pies que, por mucho que les cueste, tienen que caminar. Sigue adelante, la rutina lleva sus hilos igual que ayer. Nada la motiva, y el abajo de su almohada es su refugio mejor.
Necesita gritar, pero siente que su voz se ahoga justo antes de salir del pecho. Le cuentan sus neuronas que por los pagos de su tórax anda todo mal. "Se vino el invierno", andaba murmurando una costilla mientras charlaba con su vecina.
Al sur de su ombligo, el hígado le explica a las patadas que la solución no está allí. Las neuronas que durante las noches pierden capacidad, le suplican que deje de intentar olvidar; ¡eso es una mentira más! Le comentan, también, que cada una de sus células sanguíneas teme pasar por allí donde la primavera se apagó. Se corrió la bola por las venas de que quien se acerca al tronco, termina por sumirse en una terrible tormenta gris. Qué se yo.
Desde su centro de comando no le saben explicar por qué la cabeza sí le habla (sin tomarse siquiera el ratito de la siesta para parar), pero el corazón se le queda callado. Algún glóbulo rojo, como al pasar, lo oyó sollozando. Es evidente que algo anda fuera de lugar, sin embargo nadie en todo el cuerpo sabe muy bien qué. Hace poco un médico le dijo "casi casi que no latís", y empezó a tener miedo de no sentir.
¿Hasta cuando será? Las sonrisas se escapan y su dentadura hace rato que no se ve. No extraña que el Sol brille, extraña brillar como el Sol. Quiere sentirse importante, y saber que alguien la piensa alguna vez. Su corazón se apaga, y todo se va congelando. Simplemente anhela un abrazo que le de calor. Sueña cada noche con un par de ojos que la enamoren y no la dejen ir nunca más.
"...la última batalla le dejó helado el corazón."
Agus Terrizzano
Abril 2013
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