Hacía
un año que lo había (re) encontrado en una de esas noches porteñas donde uno no
sabe bien qué salió a buscar. En realidad se conocían desde antes, pero fue en
esa oportunidad que él le pidió su número y comenzaron a rodar. Pasaron días,
noches y meses de conversaciones hasta que por fin conciliaron compartir algún
que otro fernet. Risas fueron y vinieron, y con ellas se cayeron algunas ideas
equivocadas que ella solía tener. Volvió a su casa contenta de volver a
respirar. Cargaba en hombros con una de esas (no) relaciones que duelen hasta
la piel, y hacía mucho esperaba poder resucitar. Esa noche lo sintió así, como
el ave fénix, regresó. No sabía muy bien a dónde iba, ni qué podía pasar, pero
al menos sus ojos habían logrado volver a mirar. El siguiente encuentro se hizo
esperar, pero el par de horas que compartieron volvió a ratificar esas ganas de
aunque sea probar qué había más allá.
Las
horas siguieron corriendo, y así sus días. Ninguno de los dos se preocupaba
demasiado por el otro, o al menos ella lo sentía así. No entendía si para
bien, o para mal, pero su vida seguía. La cosa se complicaba cuando ese fresco
de primavera le traía una nostalgia irremediable. Como buena soñadora (ilusa)
que era, creía que no quedaba más que seguir adelante: probar. Quizá estuviese
allí su suerte. Quería poner todas sus fichas y jugar. Sin embargo, hacía algún
tiempo (ya no sabe bien cuándo fue) que había comenzado a creer en eso del
destino, en la casualidad sobre la causalidad. Con las flores y los días de sol
llegaba el aniversario de esa noche de (re) encuentro, y creía en la
posibilidad de que la vida la volviese a sorprender. Por eso, decidió no mover
ningún hilo y dejar a las fuerzas de quién sabe qué (ella creía, en algo, en
alguien, en nada) lo pusieran en su camino otra vez.
Esa
noche, un año después, salió a esa Buenos Aires nocturna que pierde amores y
encuentra recuerdos. Bailó desaforada, y con ya una cantidad considerable de
champagne en sangre escribió lo que no tenía que escribir. Encontró que él se
hallaba en aquella selva también, pero no en el mismo lugar. El destino le
había fallado, pero ella prefería ver una lección. Él estaba allí donde ella
casi (por un poquito así) va, pero no fue. “Por algo será”, prefirió pensar. Será
mejor atender a los guiños de la vida,
porque hay cosas que jamás funcionan si las forzás…
Agus Terrizzano
Octubre 2013
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